Compra ya tu ejemplar

Lee un fragmento

Sinopsis

Niños Perdidos, es un relato conmovedor, que desvela sin tapujos en qué consisten enfermedades tan nombradas hoy día como la anorexia y la bulimia; ambos trastornos de la conducta alimentaria sobre los que todavía hay mucha desinformación, desconocimiento e incomprensión, lo que difi culta que quienes lo padecen puedan asumirlo sin culpabilidad o sentimiento de vergüenza y rechazo.
El libro se convierte en una obra esperanzadora y de una fortaleza que no pasará despercibida para el lector, por su elevado grado de sentimentalismo, desgarro y entusiasmo alentador. Pretende ayudar a través de la experiencia de la autora, a quienes padecen trastornos de la conducta alimentaria, así como a sus familiares y allegados, con la fi nalidad de que la sociedad en su conjunto conozca en qué consisten este tipo de enfermedades, para que puedan ser nombradas y tratadas con conocimiento, respeto y dignidad.

1

DIOS TE SALVE

Me llamo Paula. Mis recuerdos de la infancia se concentran en una niña de tez blanca y cabellos dorados, risueña, dulce, entera y llena de vida, con unos enormes ojos verdes herencia de mi abuela paterna, capaces de guardar secretos inconfesables.
  Mi casa era un lugar cálido y acogedor, donde la música parecía nacer de las paredes. Éramos una familia unida, alegre y fuerte, que parecía sobrellevar y vencer cualquier obstáculo.
  Al cumplir los tres años, ingresé en un colegio de hermanos que profesaban la religión católica. Todas las mañanas antes de iniciar la clase nos poníamos en pie y rezábamos el padre nuestro y la salve. Esos primeros años transcurrieron entre juegos y risas, propios de una niña de esa edad. Aun así, mi colegio me transmitía cierto rechazo, años más tarde comprobaría que esa desconfi anza tenía una razón de ser.
  Han pasado los años y aún percibo ese olor a azufre y a vacío que impregnaba las aulas del colegio bajo la atenta, eterna y acusadora mirada de los santos y crucifijos que vestían las paredes del lugar.
  Los hermanos, serios con rostros de fe y corazón y alma de perturbados, se paseaban con desgana entre las aulas. Como fantasmas con pesadas cadenas, arrastraban los pies sin gracia e iban susurrando alguna oración, agarrando con fuerza algún crucifi jo, siempre con la mano derecha pues consideraban que los zurdos eran hijos del diablo y arderían tarde o temprano entre las llamas del infierno.
  Las clases empezaban puntualmente a las ocho de la mañana. El colegio era un lugar frío e inhóspito, que pareciera haber salido de una novela de terror, aunque a mi parecer, no era la estructura del colegio la que transmitía ese frío infernal, sino los hermanos en sí.

&nbps; —Niñas, niñas, sentaos. A ver, a ver... Que salga a la pizarra...

  «Que no sea yo por favor», gritaba mentalmente mientras cerraba los ojos tan fuerte que pensaba que podría proyectar de alguna manera la fuerza sufi ciente para incidir en la mente de aquel maestro y controlar sus pensamientos. De poco servía, solía ser yo quien salía a la pizarra y cogía con desgana la tiza, a la espera de la orden del hermano.
  Las miradas lascivas de los religiosos, parecían desnudarte y observar con detenimiento cada rincón de tu cuerpo, un cuerpo que ya empezaba a desarrollarse y del que yo me sentía avergonzada.
  Siempre tuve miedo de crecer. Solían decirme que tenía el síndrome de Peter Pan y no me importaba, de hecho ese fue mi libro favorito desde que aprendí a leer.
  Recuerdo que siendo muy niña cuando yo apenas hablaba, mi madre me lo contaba mientras movía las manos con una elegancia fascinante. Se sentaba en una mecedora que teníamos en la casa de mis abuelos y ahí frente al ventanal, donde uno podía perderse en la oscuridad del fi rmamento, me llevaba a recorrer ese mundo fantástico que se encontraba detrás de las estrellas.
  Adoraba releer una y otra vez las páginas del escritor escocés James Matthew Barrie, llenas de aventuras, con cabida para las sirenas, los piratas, los indios, las hadas y niños que sueñan e incluso vuelan bajo el halo de la imaginación y la inocencia.

  —Mamá siempre voy a ser una niña, ¿verdad?
  —Hija, crecerás como todos crecemos y serás una mujer hermosa y de éxito, capaz de lograr todo lo que sueñes y anheles.

  —No, no voy a crecer.

  Mi madre me sonreía y abrazaba con ternura, y ahí entre sus brazos me sentía segura, nadie podría hacerme daño.
%nbsp; Pese a que tenía muy buena relación con mis padres, jamás les conté lo que sucedía en el colegio, ellos eran católicos y sentía que no me creerían. Hasta cierto punto yo misma pensaba que era mi imaginación la que me jugaba una mala pasada y que ni aquellas miradas sucias y asesinas existieron, ni tampoco aquellos tocamientos ni palabras obscenas.

Conoce al autor

María Casas

Licenciada en periodismo por la Universidad IE de Segovia, con experiencia en diversos medios de comunicación tanto a nivel nacional como internacional (TV 4 de Segovia, Televisa México y revistas digitales).
Ha participado en diversos concursos de narración y premiada con una Mención Honorífi ca por su cuento La luna derrama lágrimas de sangre, en la categoría de literatura narrativa entregada por la Universidad IE, anteriormente Universidad SEK.
Ha realizado cursos de Psicología de lo lúdico, creatividad y humor, o Periodismo de moda; entre la creatividad y la sociedad, impartidos por IE University.

Solían decirme que tenía el síndrome de Peter Pan y no me importaba, de hecho ese fue mi libro favorito desde que aprendí a leer

Próximos eventos

Galería de fotos

Libro de visitas

viveLibro es una marca comercial de Zasbook S.L. Consulta las condiciones de uso y nuestra política de privacidad. También puedes visitar viveLibro